«Una de mis normas consistía en no incluir en el libro ningún suceso que no hubiera ocurrido ya en lo que James Joyce llamaba la «pesadilla» de la historia (…). Nada de cachivaches imaginarios, ni leyes imaginarias, ni atrocidades imaginarias. Dios está en los detalles, dicen. El diablo también.«
Margaret Atwood, The Handmaid’s Tale (1984).

               Como varios de los de su estilo, The Handmaid’s Tale (El cuento de la criada, 1984) es un libro que hubiese sido prohibido en el mundo ucrónico que nos plantea, y su autora, la canadiense Margaret Atwood, borrada de esa Historia Oficial que las dictaduras suelen urdir para justificar sus crímenes y su permanencia; es decir, para justificar lo injustificable. En la República de Gilead, régimen teocrático que ha suplantado al antiguo Estados Unidos, sus lectores hubiesen sido perseguidos, juzgados por impíos y colgados a la vista de sus vecinos. Lo de «juzgados» funciona apenas como una formalismo exprés, una manera de impartir penas echando mano a las tenazas del puritanismo del siglo XVII, puesto que las autoridades han abolido el estado de derecho y la abogacía ya ni siquiera existe como profesión.

               Pero la abogacía y los derechos constitucionales no son lo único que ha desaparecido en Gilead: la fecundidad prácticamente también. La extrema contaminación del agua y del aire ha infectado el cuerpo de los humanos y ha reducido a uno de cada cuatro la probabilidad de engendrar descendencia, aunque oficialmente el gobierno insista en que es un mal que afecta exclusivamente a las mujeres. Por eso  invierte recursos en seleccionar y separar por la fuerza a aquellas que todavía son fértiles, para obligarlas a procrear a los hijos de los altos mandos. Aquí entra nuestra protagonista, June Osborne (Elisabeth Moss, ¡¿alguna vez va a actuar mal?!), a quien le tocó correr dicha suerte, luego de que la apartaran violentamente de su hija y su marido. June será asignada a la casa del comandante Fred Waterford (Joseph Fiennes), perderá su identidad y pasará a llevar el apelativo Defred (Offred, en inglés) que, como el de las otras mujeres de su condición, se compone del prefijo posesivo «de» (u «of«) seguido por el nombre del amo al que son adjudicadas. Las criadas, como se las conoce a todas ellas, están obligadas a usar tocas blancas para ocultar sus rostros y a vestir de rojo como símbolo de la sangre del alumbramiento, y no son tratadas más que como un objeto para la inseminación y la concepción.

 

Crítica- The handmaid's tale, criadas y reveladas (El cuento de la criada-Margaret Atwood-Hulu-Bruce Miller-Elisabeth Moss-Samira Wiley-Defred)

 

               A ver, no es que a estas chicas les hayan dado muchas opciones tampoco. De hecho podría decirse que se reducen a dos: convertirse en los recipientes que lleven la progenie de los líderes de la República, o ser declaradas «No Mujeres» y que las envíen a limpiar residuos tóxicos a un sector referido como las Colonias. En síntesis, elegir entre una vida de abusos o una muerte lenta por contaminación. El adoctrinamiento de una criada comienza en el Centro Rojo con un período de instrucción a cargo de las Tías, fanáticas institutrices responsables de grabarles los dogmas bíblicos con sangre y hierro si es necesario. La cosmovisión religiosa que regula la cotidianidad y la moral en la sociedad estamental de Gilead parte de arriba hacia abajo, está profundamente sesgada y se compone de interpretaciones ortodoxas reaccionarias. El monopolio de la palabra sagrada lo disfrutan los Comandantes de la Fe, los hombres que orquestaron el golpe de Estado, y sus parejas tienen la misión de acompañarlos y ser su soporte emocional en el hogar. Ese rol relegado es el que tendrá que consentir Serena Joy (Yvonne Strahovski), la mujer del comandante Waterford, que antes del estallido y de la instauración de esta teocracia supo ser una estrella mediática evangelista.

               No importa mucho con quién estés casada o a qué estrato pertenezcas, las mujeres aquí poco pueden escoger. Esta es una de las razones por la cuales Serena vuelca sus frustraciones personales en Defred. No solo ve en ella a quien, sin quererlo, puede arrebatarle la oportunidad de concebir y ser madre, sino que es también una persona del mismo género que le recuerda que no importa dónde te pares, si estás en la cúspide o en la base de la escala, otros toman las decisiones por vos. Dos mujeres en extremos opuestos, atadas por las mismas imposiciones cercenantes que, no obstante, se ven igualmente expuestas a los abusos. Más aún, las humillaciones que debe aguantar Serena Joy se deben a que existen funciones sociales como las de Defred y las otras criadas, y esto se vuelve patente durante las Ceremonias que tienen lugar una vez al mes. En ellas, los Comandantes violan a sus respectivas criadas para fecundarlas, siguiendo posiciones sexuales y rituales que están prefijados: ellas tendidas de espalda, sus cabezas apoyadas en el pubis de sus señoras, las cuales están recostadas en la cabecera de las cama, con las piernas abiertas y aferradas a las manos de sus criadas; simbolismo de ser ambas una misma carne y un mismo ser. La violación de las criadas se hace, por lo tanto, en presencia de las Esposas y en mancomunión obligada con ellas. Una doble vejación de las mujeres que, en la novela de Atwood, hace que Defred se pregunte «¿para cuál de las dos es peor? ¿para ella, o para mí?».

 

Crítica- The handmaid's tale, criadas y reveladas (El cuento de la criadaElisabeth Moss-Joseph Fiennes-Yvonne Strahovski-Defred-Fred Waterford-Serena Joy)
«Esto tiene un precedente bíblico en la historia de Jacob y sus dos esposas, Raquel y Lía, y las dos criadas de éstas. Un hombre, cuatro mujeres, doce descendientes… pero las criadas no podían reclamar a sus hijos. Pertenecían a las respectivas esposas.«
Margaret Atwood, The Handmaid’s Tale (1984).

 

               Tanto Fred como Serena son más jóvenes en la serie que en el libro, en el cual se da a entender que han pasado por largo la mediana edad. Acercar la edad de ellos a la de la treinteañera Defred fue una resolución que tomó el guionista y creador Bruce Miller, habiéndolo acordado previamente con la señora Atwood, para que la dinámica de ese triángulo se agudizara; en especial con el trasfondo de odios, envidia y culpas entre dos mujeres que son fértiles, un hombre que parece no serlo y el ansia progresiva que este empieza a sentir por su criada. Pero ese no es el único cambio que define el excelente trabajo de Miller. Su mayor acierto está en haber ordenado para la televisión una narración que en la novela de Atwood se presenta con varios idas y vueltas. Dado que a excepción de su epílogo todo el libro es un extenso monólogo interior que se mueve entre los recuerdos, las sensaciones y las reflexiones de Defred, su traslación directa a la pantalla chica hubiese sido un tanto engorrosa. Por eso suprimió algunas de las analepsis del libro (llamadas popularmente flashbacks) y se quedó con aquellas  que eran indispensables para darle organización a toda la historia. A la vez, conservó los monólogos interiores que podían servirle como conectores entre los distintos pasajes de la misma. También la actualizó cronológicamente y la armó de una combinación cromática visualmente atrapante.

               Haberla adaptado pensando en el televidente del siglo XXI (hay una versión fílmica de la década del 90, con guión del premio Nobel Harold Pinter, dirección de Volker Schlöndorff, y con Natasha Richardson, Robert Duvall y Faye Dunaway como el trío protagonista), habilitó a Miller para destaparse con una historia más explícita y violenta que la original. Los Waterford son más despiadados; los calvarios de otras criadas como Deglen o Dewarren son insoportables; las persecuciones y los ajusticiamientos de los disidentes rebeldes, espeluznantes. De todas formas, la serie no modifica la línea cardinal de la novela, en que lo distópico no es que se viole sistémicamente a las mujeres, que se las marque en carne y alma, que se las mortifique por rebelarse, incluso que se pueda hacer todo esto so pretextos religiosos. Tampoco es distópico que esto pueda ocurrir con el visto bueno de un Estado dictatorial. Lo distópico apenas sigue siendo esa alternativa no tan descabellada de megacontaminación y tasas de natalidad mínimas que como marco (cuasi)ficcional contornea el problema inmediato más real, que es el de la violencia de género, el terror y el espionaje por parte de los Estados, y la apropiación de los cuerpos femeninos. La primera entrega mostró como la opresión general que sojuzga a estas chicas irá encendiendo en ellas un espíritu común de solidaridad y rebelión. El rumor de que, al parecer, existe en activo un movimiento de Resistencia y las evidencias que comienzan a surgir de ello, reactivará en ellas sus sueños de emancipación, en especial los de Defred, a la cabeza de todas sus compañeras y anhelando reencontrar a su familia. Pero eso ya es historia para la segunda temporada.

 

Crítica- The handmaid's tale, criadas y reveladas (El cuento de la criada-Margaret Atwood-Hulu-Bruce Miller-Elisabeth Moss-Defred)

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