Antes de que causaran furor las sagas distópicas sobre Estados totalitarios que se ensañan con jóvenes líderes revolucionarios; o antes de que se pusieran en boga los triángulos amorosos un tanto inverosímiles entre vampiros, humanos y hombres lobos benevolentes; o de que el multifacético Neil Gaiman fuese masivamente reconocido y reverenciado por todo Occidente –por quienes lo han leído y por aquellos que no lo han hecho, pero que aún así lo ponderan-; o antes incluso de que los interminables avatares del estigmatizado Potter conocieran finalmente un desenlace, existió una novela, un único tomo de exquisitas ochocientas páginas que renovó la forma de concebir el género fantástico...