«Nunca me arrepiento de mis decisiones. Ni siquiera cuando tenía 25 años y el Real Madrid me llamó en la época de los «Galácticos». Tomé una decisión por amor y no me arrepiento. Quedarmen en la Roma fue una doble victoria, jugando 25 años vistiendo la camiseta del equipo del que soy hincha.«
Francesco Totti.

               
               40 años de edad y 25 con los colores de un mismo equipo. Estos datos deberían ser suficientes para exponer la trayectoria profesional de un deportista. Porque en la permanencia también se recuesta y se edifica el deporte, por detrás de esa constancia inclaudicable a determinado escudo se yergue la convicción para con una idea de juego específica. Ricardo Enrique Bochini, otro futbolista clásico, permaneció los 19 años de su carrera en el Club Atlético Independiente, y durante esos 19 años Independiente jugó como jugaba Bochini, y Bochini, durante esas casi dos décadas defendió con la 10 en la espalda esa forma de jugar, que no es otra cosa que defender una concepción sobre lo que representa y debe ser el deporte en sí mismo, una manera de pensarlo y ejecutarlo en el terreno. Así se delinean las improntas deportivas de los clubes y de los pibes que suben desde las inferiores, se moldean recíprocamente, y en tanto y en cuanto eso ocurre, los jugadores juegan como aprendieron y como lo sienten, y los equipos, como sus hinchas esperan y están acostumbrados. Identidad futbolera la llaman, aunque menos tenga que ver con los numeritos del DNI o del carnet de socio que con aquello que se mama y se elige de chico, entre padres, tíos, abuelos y hermanos que nos compran camisetas y nos llevan a la cancha, socavándose entre ellos para hacernos hinchas, cada uno, de su mismo cuadro.

                No obstante, como para la prensa exitista la envergadura y el valor solo se miden en términos de títulos obtenidos, goles convertidos y distinciones individuales, también podríamos repasar esos otros números, simplemente para evidenciar como se agiganta la figura de Francesco Totti bajo esa óptica. Desde un equipo de segunda línea del fútbol italiano como es la Associazione Sportiva Roma, Totti obtuvo un Campeonato de la Serie A en el 2000 (la Roma solamente tenía dos scudettos previos), dos Copas de Italia y las únicas dos Supercopas con las que cuenta dicha institución, amén del Mundial de Fútbol que levantó con su selección en el 2006. Además fue Bota de Oro ese mismo año y fue el más veterano en marcar en la Champions League (con 38 años y 59 días, hasta que Messi, Ronaldo o algún otro extraterrestre eventualmente le arrebaten ese record), es el jugador con más partidos disputados en la Roma y en la Serie A (763 y 603 encuentros, respectivamente), el segundo máximo goleador de la Liga italiana (250 goles) y el primero si se considera a quienes han vestido la casaca de un único club. Mencionar a Bochini, Antonio Rattin o Reinaldo Merlo en el ámbito nacional, y a Manuel Pellegrini, José Antonio Camacho o Franco Baresi en el exterior, es mencionar futbolistas de otro tiempo que, independientemente de la corta vida útil que caracteriza su ocupación, tuvieron un desempeño más acorde a una etapa del capitalismo cuya relativa estabilidad hacía concebible que un trabajador, cualquiera sea, pudiera jubilarse en la misma empresa o institución en la que había dado sus primeros pasos. Hasta nuestros días han perdurado algunos apellidos ilustres de la fidelidad futbolística, como Paolo Maldini, Paul Scholes, Ryan Giggs, Carles Puyol o el mismísimo Totti.

                Totti podría haber jugado en cualquiera de los grandes de Europa, sobre todo durante el trienio 2006-2008 en el que ganó el Mundial de Fútbol, las dos Copas de Italia y una Supercopa. Es más, en el 2003 estuvo muy cerca de fichar para el Real Madrid, que ya se lo imaginaba tirando lujos con los «galácticos» Zidane, Beckham, Figo, Ronaldo y Raúl, pero en definitiva permaneció durante toda su vida deportiva en la giallorossa italiana. Lo suyo fue una anomalía dentro de un fútbol que se mide a sí mismo y a su salud por los millones que genera en transferencia y otros negocios como la publicidad y el merchandising deportivo. Último ejemplar de una especie en extinción, la de los futbolistas que se quedan en el club que los ve debutar, no había prácticamente chances de que aquí nos tocara hablar de un latinoamericano en lugar de un europeo. Esto se debe básicamente a que las ligas latinoamericanas, y en especial la argentina, se han convertido en las mayores exportadoras de talentos del mundo, con una facturación de 521 millones de dólares para un promedio de edad de 15 años. Ya lo sabemos, se nos van jóvenes y retornan mayores, cada vez podemos disfrutarlos menos en vivo y más a la distancia, pantalla de TV de por medio. El último partido de il capitano podría servir como referencia de todo lo que estamos diciendo: la Roma necesitaba vencer al Genoa para asegurarse la entrada a la Champions League y el tanto del triunfo no le tocó marcarlo a él sino a Federico Fazio, un argentino emigrado de Ferro Carril Oeste y con paso por el Sevilla Fútbol Club y el Tottenham Hotspur.

                Durante la semana previa al encuentro, los allegados a Totti lo habían visto nervioso, dudando acerca de hacer efectivo su retiro e inquieto por la posibilidad de que llegara a haber un penal y qué hacer con el. Tan grande era su espalda, que había tomado una determinación que podría haber sido arriesgada, pero que encerraba todo el cariño que sentía por su hinchada y su afán de demostrarlo. Si tenía un penal iba a errarlo, iba a tirarlo a la Curva Sur del Estadio Olímpico como agradecimiento a todos esos tifosi que se habían amontonado en la tribuna para despedirlo. No hubo pena máxima a favor, no hubo gol propio, más sí hubo victoria, pasaje al torneo más prestigioso de Europa para el club de sus amores y un ‘hasta luego’ soñado para el máximo ídolo que haya llevado puesta la bordó capitalina.