En la tercera escena ya le destroza la camioneta. Sí, así como lo leen. Se planta frente al lujoso vehículo con una llave acodada y no deja vidrio sin romper, ni pedazo de carrocería sin abollar. Pero la cosa no acaba ahí. Algunas escenas después lo golpea y lo empuja por las escaleras de la casa. Previo a esto, la hallamos desnuda en una bañera, totalmente confundida y cubierta de sangre y moretones. A pesar de que por su nombre podría ser italiana, Marcella es inglesa, más a cada paso que da la rodea una atmósfera inconfundiblemente nórdica. Una combinación extraña para una mujer exótica, última creación salida de la floreciente cabeza del sueco Hans Rosenfeldt, el hombre que en menos de un lustro consiguió renovar al género policial dos veces. Primero lo hizo con Bron/Broen, serie ya de culto, con la cual impuso un sello narrativo personal, dominado por la dosificación de la imagen durante los instantes claves de las transmisiones, y por la profusión de personajes y coartadas que, a la postre, se interconectaban. Este cóctel servía para despertar el interés y las sospechas de los televidentes, capturando su permanencia hasta el final del ciclo.

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           Pero también fue Rosenfeldt uno de los pioneros en esto de situar a mujeres atribuladas como vehículo de las ficciones televisivas modernas. Inicialmente le tocó a la aspergeriana Saga Norén, y ahora, es el turno de la intensa Marcella Backland (Anna Friel). Las dos tienen cualidades en común por fuera de su notable inteligencia, al punto de que podríamos pensar que la segunda no habría existido sin la primera. Marcella está casada y tiene tres hijos, uno ya fallecido y otros dos en un internado escolar al que fueron enviados por resolución de su padre, un exitoso abogado empresarial, dueño de la lujosa camioneta aboyada y receptor de los golpes por las escaleras. Ella le dispensa semejante trato preferencial cuando él le hace saber que la va a dejar por otra mujer, mucho más joven y futura heredera de la constructora donde ambos amantes trabajan. La infidelidad de Jason Backland (Nicholas Pinnock) no solo desata su enojo, sino que además libera secuelas adormecidas en su interior: ella vuelve a experimentar lapsus donde la pérdida de memoria se combina con irrefrenables agresiones a terceros que luego no puede recordar (como cuando aparece, desorientada, en la bañera).

           Siendo una detective retirada, ve en la reactivación de una serie de asesinatos idénticos a los de un caso precedente, la ocasión para reinsertarse en su trabajo y alejarse de sus tormentos. Pero contrariamente a lo esperado, el regreso al retorcido mundo de la investigación criminal la incitará a darle rienda suelta a sus pulsiones más reprimidas. Marcella es síntesis y superación de sus colegas televisivos, y eso es lo novedoso. Tiene los problemas maritales de John Luther, el desconsuelo por la falta de un hijo de Catherine Cawood y, al igual que  John River o Saga Norén, trastornos psicológicos severos. Es audaz, es hermosa y es violenta, pero también sumamente frágil. Como todos ellos, está repleta de ira y frustraciones, pero decide llevar todo un poco más allá.

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           Marcella es la mujer que sufre y por eso lastima. Así de simple, no hay que darle más vueltas. Sufre por el hijo que se le murió, por el esposo que la abandonó y por esos aterradores períodos en los que pierde noción de lo que hace. Lastima a los que ama y a los que no, a los culpables y a los inocentes, y lo impresionante es que recurre a la violencia cuando está en trance tanto como cuando no. La violencia es su factor común, es el estado natural que intenta sofocar siempre que su mente se lo permita. Con esta composición, Rosenfeldt se mete de lleno en un rincón del policial negro que parecía estar vedado para las oficiales mujeres, el de ser emisoras de la agresión antes que receptoras de la misma. En cuanto al resto del producto, sus marcas de autor se repiten: vemos el repertorio coral de personajes y coartadas, y la dosificación de las imágenes de mayor carga probatoria para sostener el enigma hasta los últimos minutos. Inclusive, que el sobretodo que usa Marcella sea muy parecido al de Saga, le ha valido algunas apreciaciones desfavorables de la crítica, la cual, por otro lado, no ha tardado en calificar al show como un nordic noir mudado a Londres. Sin embargo es difícil adjudicarle ese calificativo cuando carece de uno de sus componentes basales, que es la atención que ese tipo de obras suelen dedicarle a la coyuntura socio-económica del país en que se sitúan. Como sucesora de Bron/Broen, la serie evoluciona y se mueve hacia las modalidades por las que puede evacuarse el dolor femenino, pero pierde de vista el entorno que muchas veces lo promueve.

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