«Esta idea ingenua de que una nación es gobernada por su pueblo. El pueblo no gobierna nada. Un pequeño círculo privilegiado de personas gobierna Dinamarca. Desde el mundo corporativo, la prensa y unos pocos políticos«.
Michael Laugesen, líder del Partido Laborista en Borgen.

          Borgen es todo lo contrario a House of Cards, ese sería un modo certero e iniciático de definirla. Su punta de lanza no es un hombre inescrupuloso como Frank Underwood, sino una mujer con principios llamada Birgitte Nyborg (la inigualable y elegantísima Sidse Babett Knudsen). Decisiones acertadas y alguna que otra contingencia la llevan a ser la primera política en alcanzar el cargo de Primera Ministra en Dinamarca, un país mucho más aplomado y ordenado que el gigantesco Estados Unidos. Las líneas de partida de Nyborg y Underwood son, por lo tanto, disimiles. Él parece haber nacido sabiendo todos los tejes y manejes de la política; ella se va haciendo a los tumbos y sobre la marcha. A él lo conocemos acometiendo las traiciones precisas para apoderarse del Salón Oval; ella, por el contrario, se ve de buenas a primeras sentada en el sillón ministerial del Palacio de Christiansborg (sede oficial de los tres Poderes, coloquialmente conocida como Borgen o Castillo) a la cabeza de un gobierno de coalición. Sin embargo el sacrificio es el mismo para ambos, el de la dedicación plena a cargos que lo consumen todo, las amistades, la pareja y la familia.

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           La familia es, justamente, otro punto de diferencia entre las dos series. Los Underwood no constituyen una, son más que nada un matrimonio por conveniencia entre dos personas ambiciosas que aúnan esfuerzos para llegar a la cima, plantar bandera y no bajar más. Birgitte sí tiene familia, una preciosa, compuesta por dos hijos y un marido con el cual ha establecido un acuerdo bien nórdico y de clase acomodada: cinco años alternados para que cada uno pueda dedicarse a su carrera profesional mientras el otro está más presente en el hogar. Su inesperada elección como Primera Ministra viene a desbaratar este arreglo. Ahí comienzan los inconvenientes familiares y el alejamiento matrimonial. Este se concreta cuando él debe descartar una oferta laboral para ser el nuevo CEO de una multinacional por un conflicto de intereses con la función pública de su esposa.

            Y es que en Borgen los coletazos del mundo de la política repercuten en la intimidad de sus protagonistas. A Birgitte se la van comiendo de a poco las obligaciones de su puesto. «Todo esto puede ser tuyo» le dice su amigo y mentor, Bent Sejrø, mientras le muestra desde una torre la vastedad de la ciudad de Copenhague. «Pero el poder no es un perrito faldero. Debes saber agarrarlo y sostenerlo, o se irá antes de que te des cuenta. La única pregunta relevante es quién puede contar hasta noventa«, le explica. Noventa es el número mínimo de votos parlamentarios requeridos para ser nombrado Primer Ministro. Birgitte los tiene, así como tiene las cualidades intrínsecas de un líder, esas que le permiten fabricar las alianzas indispensables para obtener los votos claves. Sin embargo, la endeble posición de su gobierno de coalición la mantendrán en vilo durante todo su mandato y la apartarán cada vez más de su familia. «No conozco ningún matrimonio feliz en el Parlamento. Somos estupendos para comprometernos con el trabajo, pero irresponsables en casa«, la consuela Bent. El compromiso de Birgitte es con una gestión que revitalice el modelo de bienestar danés. Cada episodio expone algún conflicto político y es precedido por la máxima de alguna figura histórica de envergadura (desde Maquiavelo a Churchill, pasando por Shakespeare y Bertrand Russell), cuya sentencia se pone a prueba en su hora aproximada de duración. Por detrás de esa estructura narrativa se desliza otra más global que ocupa todas las temporadas y  que es la de los cambios en las vidas privadas de los personajes .

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           La verdadera mente maestra detrás del show es Tobias Lindholm, responsable también de dos largometrajes nominados al Oscar como Mejor Película en Lengua Extranjera, The Hunt (La Caza, coescrita en 2012 con otro grande de la filmografía danesa, Thomas Vinterberg) y A War (La otra guerra, 2015). Lindholm se caracteriza por el tratamiento de temáticas acuciantes para su país desde abordajes siempre novedosos. Siguiendo esa tendencia, Borgen es la primera de su género en vislumbrar la magnitud con que hoy las pulseadas políticas se dirimen en los medios de comunicación. No por nada el otro personaje sobresaliente es el asesor de prensa y mano derecha de Birgitte, Kasper Juul (Pilou Asbaek). Él tiene la delicada tarea de ser el nexo entre dos de los grupos de poder en Dinamarca: la oficina del Primer Ministro y las corporaciones mediáticas. Lo que se pone de manifiesto es cuantas veces la agenda política de una nación es establecida por los medios de comunicación y no por sus funcionarios públicos. Rumores, tergiversaciones e incluso mentiras dejan a los políticos rezagados e impiden que puedan anteponerse a las primicias,  debiendo ir a desmentir muchas veces a los estudios de televisión lo que ni siquiera ha ocurrido en los pasillos del Parlamento. Pero también se ve la otra cara, el uso que los dirigentes hacen de los medios para posicionarse mejor dentro del espectro político. Esto, por otro lado, termina imponiéndole al periodismo un doble dilema ético, vinculado a la integridad de la disciplina y a su independencia de los núcleos de poder.

           Tanta concomitancia fomenta un sistema donde quién no maneja los códigos va quedando de lado. Todos son prescindibles en aras de la conservación del statu quo. En este sentido, la serie pone sobre el tapete los límites del academicismo y también de los dirigentes añejos para adaptarse a los vaivenes mediáticos de una era saturada de información. El caso más paradigmático es el de Bjørn Marrot (Flemming Sørensen), político cuyo pasado obrero-fabril lo coloca como el último trabajador dentro de un Partido Laborista sin trabajadores, devenido prácticamente un reducto copado por profesionales liberales. Marrot, así como Bent Sejrø, simbolizan la última camada de militantes formados por fuera de esta mecánica comunicacional vigente. Si hasta la misma Birgitte, mucho más joven y agiornada que ellos, debe aguantar los embates arcaicos y misóginos del ala conservadora de la oposición, que tilda de incompatible el ser madre con las exigencias del cargo que detenta.

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           Borgen es la obra fundamental para entender el mundo de la política contemporánea. Se aleja de los truculentos recovecos de House Of Cards y  se mantiene siempre sobre el terreno de lo creíble. Acá no hay presidentes todopoderosos que empujen periodistas desde los andenes, sino una Primera Ministra obligada a negociar continuamente. Borgen es política pura, ya que apuesta por el parlamentarismo -en la acepción más llana del término- como vía para la conformación de mejores sociedades. Si hay algo que aquí parece indiscutible, es la convicción general de que todo puede y debe estar abierto a un debate democrático. El diálogo es la única solución, parece querer decirnos Lindholm, y aunque las sociedades nórdicas tienen estándares mucho más altos, sus discusiones en torno al financiamiento de las prestaciones públicas, la sustentabilidad del medio ambiente o la edad de imputabilidad de los menores nos sonarán sumamente cercanas. Pero sobre todo demuestra que el poder es materia de edificación constante y que el liderazgo, lejos de saberse asegurado de antemano, es algo que se aprende y se ejercita todos los días.

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